En los últimos días se está reabriendo el debate sobre la legalización de la marihuana en Paraguay. No es para menos, al parecer, la nación es el mayor productor del continente. Desde hace algunos años genera en torno al 15% de la marihuana a escala mundial. Por otro lado, es un importante proveedor de hachís. Además, la tendencia de cultivo de cannabis ha estado en alza durante los últimos años.

Esta clase de cultivos han generado una crisis a escala nacional, en la que las autoridades se han enfrentado con el sector rural. En especial, con el departamento de San Pedro, una de las regiones más pobres del país.

Las autoridades están empezando a tomar medidas drásticas, que pasan por la destrucción de cientos de hectáreas de cultivo. Por supuesto, esto afecta no afecta tanto a las mafias —las autoridades se amparan en que es muy difícil identificar a los responsables— como a los campesinos que viven en condiciones que rayan la pobreza y para los que la marihuana es, de hecho, su único medio de subsistencia. Por esta razón, los pobladores de estas tierras se han puesto en pie de guerra contra las autoridades y han amenazado con tomar todo tipo de medidas ante estos ataques. De hecho, paralizaron el operativo de la pasada semana. Y no es para menos, se están jugando el pan.

Desde arriba, se afirman que es necesario es que el Estado ponga medios para que los campesinos puedan dedicarse a cultivos alternativos a los de marihuana. ¿No tendría más sentido que estas medidas fuesen siempre previas a la destrucción?

Se ha escuchado, incluso, a partidarios de la legalización desde las altas esferas. No obstante, el hecho de que el Parlamento de Brasil se haya opuesto a la propuesta de despenalización, no es un buen augurio para el país vecino.