Nacimiento: el agua aquí es el factor más importante. No podemos privar a la plantita de marihuana de agua porque no tardará en morirse. Si os despistáis un solo día sin controlar la humedad de la tierra y da la casualidad de que hace un sol abrasador, ocurrirá muy probablemente una desgracia.

Una vez la planta de marihuana se hace más robusta, es capaz de resistir mejor las sequías, pero en este estadío no, hay que ser prudentes.

La tierra en la cual se siembra la marihuana siempre debe estar húmeda, no empapada ni con charcos, ya que sino se corre el riesgo de que se pudra la planta por la presencia de hongos, musgo, etc.

Crecimiento: una vez que se ha dado el crecimiento de la planta de marihuana y ésta se ha hecho más grande, no hace falta que la tierra esté siempre húmeda, con que le demos agua cuando la necesite, bastará.
Cuanta más luz reciba la planta, más se la deberá regar, pero la pregunta es: ¿Cuánta cantidad de agua debo echarle? Pues la marihuana es una planta que se acostumbra a la cantidad de agua que le hechas.
Pero el problema reside en que si la acostumbramos por ejemplo a regar la marihuana cada dos días, será difícil acostumbrarla a que reciba menos agua.
Una planta acostumbrada a recibir poca agua (1 vez a la semana) crecerá menos que si la regamos más a menudo. Una planta de dos metros en una maceta puede llegar a necesitar 2 litros diarios de agua en pleno verano.

Lo ideal es conseguir un riego de la marihuana gota a gota, ya que mantiene la dosis exacta que queremos y además proporciona un riego continuo. Se puede fabricar un gota a gota si se tiene maña, aunque en las tiendas especializadas en jardinería suelen vender artefactos que son útiles.

Lo más cómodo para regar la planta de marihuana es utilizar agua del grifo que habremos dejado previamente unas 24 horas en reposo al aire libre, de forma que se hayan evaporado la mayoría de aditivos que lleva el agua, como puede ser el cloro. También pueden utilizarse botellas vacías de agua para almacenar agua y que vaya reposando.