[1]La ingente cantidad de información farmacéutica de la que actualmente disponemos sólo puede abordarse si dividimos las sustancias o drogas en clases o categorías. Las mismas propiedades que vuelven útil un agente terapéutico [2] también lo convierten en una atractiva droga social, por lo que no resulta sorprendente que las drogas sociales se adscriban en categorías conocidas. Para comprender su potencial, debemos saber qué lugar ocupa el cannabis en el esquema general de la farmacología.
Legalmente la marihuana es un alucinógeno [3] y diversos grupos e individuos pretenden confundirnos, considerando el cannabis como un alucinógeno suave. Esta clasificación de la marihuana fue muy conveniente para el organismo federal estadounidense encargado de hacer cumplir el acta de sustancias controladas, pues no se vio obligado a crear otra categoría para el cannabis. En dosis muy elevadas, los extractos y los análogos del cannabis presentan muchas semejanzas con los psicodélicos, aunque otro tanto puede decirse de la nuez moscada y de numerosas sustancias comunes. Los investigadores han descrito notoria distorsión de las percepciones auditivas y visuales, alucinaciones y despersonalización. Aunque el peculiar efecto ondulante de los efectos es parecido en ambos tipos de drogas, en cuanto psicomimético el LSD es 160 veces más potente que el THC. Existen muchas diferencias entre el cannabis y los alucinógenos fuertes. Los consumidores de marihuana distinguen fácilmente los efectos subjetivos.
Los efectos psicoactivos de grandes dosis de marihuana son más suaves y se controlan mejor que los del LSD. La aceleración del ritmo del pulso y el enrojecimiento de las conjuntivas son habituales con la ingesta de cannabis, pero no en el caso del LSD o la mescalina,3 mientras que, incluso a dosis altas (70 mg), el THC carece de los principales efectos de las mediciones clínicas y bioquímicas de estrés registradas con los psicomiméticos.
A las dosis habituales, la tolerancia al cannabis es inapreciable, si bien con los psicomiméticos tiene lugar con gran rapidez; además, en el ser humano no existe tolerancia cruzada entre el THC y el LSD.
Los cambios profundos en los patrones de las ondas cerebrales, característicos del LSD, están ausentes en el caso de la marihuana. La ingesta de cannabis [4]culmina con la sedación y el reposo, mientras que los verdaderos alucinógenos se caracterizan por la agitación.